Ordinario no significa de poca importancia, anodino, insulso, incoloro. Sencillamente, con este nombre se le quiere distinguir de los “tiempos fuertes”, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad con su preparación y su prolongación.
Es el tiempo más antiguo de la organización del año cristiano. Y además, ocupa la mayor parte del año: 33 ó 34 semanas, de las 52 que hay.
El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que hay que pedir a Dios y buscarla con toda la ilusión de nuestra vida: así como en este Tiempo Ordinario vemos a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre, le vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios su Padre y de los hombres, le vemos ir y venir, desvivirse por cumplir la Voluntad de su Padre, brindarse a los hombres…así también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios. Esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante estas 33 semanas del Tiempo Ordinario.
Crecer. Crecer. Crecer. El que no crece, se estanca, se enferma y muere. Debemos crecer en nuestras tareas ordinarias: matrimonio, en la vida espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en las relaciones humanas. Debemos crecer también en medio de nuestros sufrimientos, éxitos, fracasos. ¡Cuántas virtudes podemos ejercitar en todo esto! El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, ejercitarnos en virtudes, crecer en santidad…y todo se convierte en tiempo de salvación, en tiempo de gracia de Dios. ¡Todo es gracia para quien está atento y tiene fe y amor!
El espíritu del Tiempo Ordinario queda bien descrito en el prefacio VI dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos; y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos”.
Este Tiempo Ordinario se divide como en dos “tandas”. Una primera, desde después de la Epifanía y el bautismo del Señor hasta el comienzo de la Cuaresma. Y la segunda, desde después de Pentecostés hasta el Adviento.
Les invito a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, con esperanza, creciendo en las virtudes teologales. Es tiempo de gracia y salvación. Encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas. Dios va a pasar por nuestro camino. Y durante este tiempo miremos a ese Cristo apóstol, que desde temprano ora a su Padre, y después durante el día se desvive llevando la salvación a todos, terminando el día rendido a los pies de su Padre, que le consuela y le llena de su infinito amor, de ese amor que al día siguiente nos comunicará a raudales.
Tenemos Misa todos los domingos del tiempo ordinario: A las 10.30 hrs., a las 12.00 hrs., a las 13.30 hrs., a las 18.00 hrs y a las 19.00 hrs.
Cuaresma y Pascua
El primer día de Cuaresma es Miércoles de Ceniza. El Miércoles de Ceniza marca el comienzo de Cuaresma, que es cuando los cristianos se preparan para la celebración de la Pascua. La cuaresma es un tiempo especial para intensificar la oración, para reflexionar y recapacitar de nuestros pecados que ofenden a Dios, que dañan a los demás y a mí mismo. Es un tiempo privilegiado para hacer oración, para ayunar y dar limosa al que lo necesite.
Cuaresma, el período de oración y ayuno en preparación para la Pascua, dura 40 días, pero hay 46 días entre el Miércoles de Ceniza, el primer día de Cuaresma en el calendario litúrgico católico romano, y Pascua. Cómo todos los domingos -no simplemente domingo de Pascua- eran días para celebrar la Resurrección de Cristo, a los cristianos se les prohibía ayunar y hacer otras formas de penitencia en esos días. Por lo tanto, cuando la Iglesia amplió el período de ayuno y oración en preparación para la Pascua a 40 días (para reflejar el ayuno de Cristo en el desierto, antes de comenzar su ministerio público), los domingos no podían ser incluidos en el recuento. La Cuaresma finaliza el Sábado Santo, que es el día antes de la Pascua.
La Cuaresma, tiempo de preparación a la fiesta de Pascua, dura 40 días que recuerdan el retiro de Jesús al desierto para rezar y meditar. Tras un periodo de ayuno y de penitencia, se celebra la Pascua el domingo siguiente a la luna llena de primavera.
Miércoles de Ceniza
Como los domingos están excluidos de este periodo de penitencia, la entrada en Cuaresma se avanza al miércoles anterior al primer domingo de Cuaresma. Este día está marcado por una celebración en la que el sacerdote traza una cruz con ceniza en cada fiel diciéndole: Conviértete y cree en el Evangelio o Recuerda que eres polvo y al polvo haz de volver. Por eso se le llama Miércoles de Ceniza.
Domingo Laetare
La Iglesia hace una pausa y las vestimentas litúrgicas pueden excepcionalmente ser rosas, el color de la aurora, para dejar entrever la alegría que se prepara. Es el domingo Laetare.
Domingo de Ramos
El domingo anterior a la Pascua, la Iglesia celebra el domingo de Ramos y de la Pasión. En memoria de este día, los fieles se reúnen antes de la misa llevando ramos de de olivo, de laurel, o palmas según las distintas zonas. Tras su bendición, entran en la iglesia en procesión para escuchar el Evangelio de la Pasión.
Jueves Santo
La misa de la tarde, a la que todos los cristianos están invitados, conmemora la última cena que Jesús compartió con sus apóstoles. Tomó el pan y el vino y dio gracias, instituyendo así el sacramento de la Eucaristía. Durante esta misma cena, Jesús lavó los pies a sus discípulos. En muchas iglesias se realiza el rito del lavatorio de los pies.
Viernes Santo
El Viernes Santo, Cristo muere en la cruz. Traicionado por Judas y abandonado por Pedro, es arrestado y sube al Calvario cargado con su cruz. Es el día más triste y sombrío de la cristiandad.
Sábado Santo
Igual que el primer sábado del mundo, el séptimo día, el Creador descansó, el Sábado Santo Jesús reposa en la tumba. Es un día de silencio y recogimiento en que se medita sobre la muerte de Cristo en la cruz y su colocación en la tumba. Pero es también el Sábado Santo por la noche cuando empieza la Vigilia Pascual! Se celebra el paso de las tinieblas a la luz, victoria de Cristo sobre la muerte.
Pascua
¡Cristo ha resucitado! Es el cumplimiento de las promesas realizadas por Dios a su pueblo. Así, la fiesta de Pascua es la cumbre del calendario litúrgico cristiano. Ese día de alegría se celebra con una misa solemne y el clero se viste de blanco o de oro, símbolo de alegría y de luz.
Resurrección – Pascua
La resurrección de Jesús es la creencia religiosa cristiana según la cual, después de haber sido condenado a muerte, Jesús fue resucitado de entre los muertos. Es el principio central de la teología cristiana y forma parte del Credo de Nicea: Al tercer día resucitó, conforme a las Escrituras.
En el Nuevo Testamento, después de que los romanos crucificaron a Jesús, él fue ungido y enterrado en una tumba nueva por José de Arimatea, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y se apareció a muchas personas en un lapso de cuarenta días antes de ascender al cielo, para sentarse a la diestra de Dios.
Pablo de Tarso señaló que: Porque primeramente les he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras (1 Corintios 15, 3-4). El capítulo afirma que tal creencia, tanto en la muerte y la resurrección de Cristo, es de vital importancia para la fe cristiana: Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe y si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana; aún estás en tus pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres (1 Corintios 15, 14, 17-19).
Los cristianos celebran la resurrección de Jesús el Domingo de Pascua, dos días después del Viernes Santo, el día de su crucifixión.
Armonía de los Evangelios
La Resurrección de Jesucristo
Marble, antes de 1572.
Armonía de los Evangelios
En el Nuevo Testamento, los cuatro evangelios concluyen con una narrativa extensa del arresto de Jesús, su juicio, su crucifixión, su sepultura y su resurrección. En cada uno de estos cinco eventos evangélicos en la vida de Jesús son tratados con más intensos detalles que cualquier otra parte de la narrativa de Evangelio. Los estudiosos señalan que el lector recibe prácticamente un relato de hora a hora de lo que está sucediendo. La muerte y la resurrección de Jesús pasan a considerarse como el clímax de la historia, el punto en el cual todo se ha ido dirigiendo durante todo el tiempo.
Después de su muerte por crucifixión, Jesús fue colocado en una tumba nueva que fue descubierta vacía en la madrugada del domingo. El Nuevo Testamento no incluye un relato del momento de la resurrección. En los iconos de la Iglesia oriental no se representa ese momento, pero representan escenas de la salvación. Los principales apariciones de Jesús resucitado en los evangelios (y, en menor medida, en otros libros del Nuevo Testamento) son reportadas como ocurridas después de su muerte, sepultura y resurrección, pero antes de su ascensión.
Entierro
Lamentación en la tumba, siglo XV.
Sepulcro de Cristo
Los evangelios sinópticos coinciden en que, a medida que la noche se acercaba después de la crucifixión, José de Arimatea pidió a Pilato el cuerpo de Jesús y, después de que Pilato concedió su petición, lo envolvió en una sábana y lo pusieron en una tumba. Esto estaba de acuerdo con la ley mosaica, que establece que no debe permitirse que una persona colgada en un madero permaneciera allí por la noche, sino que debía ser enterrada antes del ocaso.
En Mateo, José es identificado como un hombre que también había sido discípulo de Jesús (Mateo 27, 57-61); en Marcos, como un miembro noble del concilio (Sanedrín), que también esperaba el reino de Dios (Marcos 15, 42-47); en Lucas, como miembro del concilio, varón bueno y justo. Este, que también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos (Lucas 23, 50-56); y en Juan, como discípulo de Jesús (Juan 19, 38-42).
El Evangelio de Marcos dice que cuando José de Arimatea pidió el cuerpo de Jesús, Pilato se sorprendió que Jesús ya estuviera muerto, y él llamó al centurión para confirmar esto antes de dar el cuerpo a José. En el Evangelio de Juan, se hace constar que José de Arimatea fue asistido en el proceso de enterramiento por Nicodemo, quien llevó una mezcla de mirra y áloe e incluyó estas especias en la ropa de entierro por las costumbres judías (Juan 19, 38-42).
El descubrimiento de la tumba
Las mujeres en la tumba vacía, por Fray Angélico, 1437–1446.
Tumba vacía
Hay cuatro puntos en los que convergen los cuatro evangelios:
- Resaltar el removimiento de la piedra que estaba cerrando la tumba.
- La vinculación de la tradición de la tumba vacía y la visita de las mujeres con el primer día de la semana.
- Que el resucitado Jesús eligió primero aparecerse a las mujeres y encargarle a ellas proclamar este hecho tan importante a los discípulos, incluyendo a Pedro y los otros apóstoles.
- La prominencia de María Magdalena.
Las variantes tienen que ver con el momento preciso en el que las mujeres visitaron la tumba; el número y la identidad de las mujeres; el propósito de su visita; la aparición del (los) mensajero(s), ángeles o humanos; su mensaje a las mujeres; y la respuesta de las mujeres.
Los cuatro evangelios reportan que las mujeres fueron las primeras en encontrar la tumba vacía de Jesús, aunque el número varía de uno (María Magdalena) a un número no especificado. De acuerdo con Marcos y Lucas, el anuncio de la resurrección de Jesús fue hecho por primera vez a las mujeres. De acuerdo con Marcos y Juan, Jesús realmente se apareció por primera vez (en Marcos 16, 9 y Juan 20, 14) sólo a María Magdalena. Mientras que otros encontraban a la mujer como no cualificada o autorizado para enseñar, los cuatro Evangelios muestran que el Cristo resucitado encargó a las mujeres anunciar a los hombres, entre ellos a Pedro y los demás apóstoles, la resurrección, el fundamento del cristianismo.
Dos ángeles (u hombres con vestiduras deslumbrantes), Cristo resucitado y una de las mujeres (el Evangelio de Juan especifica que María Magdalena) son representados en La mañana de la Resurrección, de Edward Burne-Jones, 1882.
En los evangelios, especialmente los sinópticos, las mujeres desempeñan un papel central como testigos de la muerte de Jesús, su sepultura, y en el descubrimiento de la tumba vacía. Los tres sinópticos en repetidas ocasiones hablan de las mujeres junto con el verbo ver, presentándolas claramente como testigos oculares.
Las apariciones de Jesús resucitado
Después de descubrirse la tumba vacía, los evangelios indican que Jesús hizo una serie de apariciones a los discípulos. Él no era reconocible de inmediato, según Lucas. El Señor resucitado podía ser tocado, y podía comer (cf. Lucas 24, 39-43). Él primero se apareció a María Magdalena, pero ella no lo reconoció al principio. Los dos primeros discípulos a los que se apareció, caminaron y hablaron con él durante bastante tiempo sin saber quién era (el camino de la aparición de Emaús, Lucas 24, 13-32). Él se dio a conocer al partir el pan (Lucas 24, 35). Cuando se apareció por primera vez a los discípulos en el Cenáculo, Tomás no estaba presente y no quiso creer hasta una aparición posterior, donde fue invitado a poner su dedo en los agujeros en las manos y el costado de Jesús (Juan 20, 24-29). Junto al mar de Galilea animó a Pedro a servir a sus seguidores (Juan 21, 1-23). Su última aparición sucede como cuarenta días después de la resurrección, cuando fue recibido arriba en el cielo (Lucas 24, 44-53, Hechos 1, 1-4), y se sentó a la diestra de Dios (Marcos 16, 19, Colosenses 3, 1).
En un momento posterior, en el camino a Damasco, Saulo de Tarso, entonces el mayor perseguidor de los primeros discípulos, se convirtió al cristianismo después de tener una extraordinaria visión y escuchar a Jesús, lo que lo dejó ciego durante tres días (Hechos 9, 1-20). Saulo más tarde sería conocido como el apóstol Pablo (Hechos 13, 6)[. , uno de los misioneros y teólogos más importantes del cristianismo.
Las epístolas de Pablo
Los registros más antiguos escritos de la muerte y resurrección de Jesús son las epístolas de Pablo, que fueron escritas alrededor de dos décadas después de la muerte de Jesús, y muestran lo que los cristianos creían que había sucedido dentro de este marco de tiempo. Los estudiosos consideran que estos contienen primitivos credos e himnos de credos cristianos, que fueron incluidos en varios de los textos del Nuevo Testamento, y que algunos de estos credos datan de menos de 50 años (e incluso en los dos primeros años) de la muerte de Jesús y se desarrollaron dentro de la comunidad apostólica de Jerusalén. Aunque son parte intrínseca de los textos del Nuevo Testamento, estos credos son una fuente distinta para los primeros cristianos.
- Romanos 1, 3-4: acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos.
- 2 Timoteo 2, 8: Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa.
- 1 Corintios 15, 3-4: Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras.
Las narrativas evangélicas
Evangelio de San Marcos
Las Santas Mujeres en la Tumba de Cristo, de Annibale Carracci, 1590.
Cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol. Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Pero él les dijo: No se asusten; buscan a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; miren el lugar en donde le pusieron. Pero vayan, digan a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de ustedes a Galilea; allí lo verán, como se los dijo. Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo. Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios. Yendo ella, lo hizo saber a los que habían estado con él, que estaban tristes y llorando. Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, no lo creyeron.
Marcos 16, 1-11
Evangelio de San Mateo
El ángel en la tumba de Cristo, de Benjamín West, 1805.
Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo los guardias temblaron y se quedaron como muertos. Pero el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No teman; porque yo sé que buscan a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Vengan, vean el lugar donde fue puesto el Señor. Y vayan pronto y digan a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí que va delante de ustedes a Galilea; allí lo verán. He aquí, que yo se lo he dicho. Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar la noticia a los discípulos, he aquí, que Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No teman; vayan, den la noticia a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán.
Mateo 28, 1-10
Evangelio de San Lucas
Las Santas Mujeres en el Sepulcro, de Pierre Paul Rubens, 1611
El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acuérdense de lo que les habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron noticias de todas estas cosas a los once, y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles. Pero a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían. Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido.
Lucas 24, 1-14
Evangelio de San Juan
Noli me tangere, de Jerónimo Cósida, 1570.
El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó. Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos. Y volvieron los discípulos a los suyos. Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a su Padre, a mi Dios y a su Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos la noticia de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.
Juan 20, 1-10
Al Tercer día resucitó de entre los muertos
Les anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús (Hech. 13, 32-33). La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:
Cristo ha resucitado de los muertos,
con su muerte ha vencido a la muerte.
Y a los muertos ha dado la vida.
El acontecimiento histórico y transcendente
El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: Porque les transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: (1 Cor.15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hech. 9, 3-18).
El sepulcro vacío
¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado” (Lc. 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn. 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc. 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc. 24, 12). “El discípulo que Jesús amaba” (Jn. 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir “las vendas en el suelo”(Jn. 20, 6) “vio y creyó” (Jn. 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn. 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn. 11, 44).
Las apariciones del Resucitado
María Magdalena y las santas mujeres, que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc. 16,1; Lc. 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc. 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Cor. 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc. 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (Lc. 24, 34).
Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles -y a Pedro en particular- en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los Apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y de los que la mayor parte aún vivían entre ellos. Estos “testigos de la Resurrección de Cristo” (cf. Hech. 1, 22) son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los Apóstoles (cf. 1 Cor. 15, 4-8).
Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por Él de antemano (cf. Lc. 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan a los discípulos abatidos (“la cara sombría”: Lc. 24, 17) y asustados (cf. Jn. 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y “sus palabras les parecían como desatinos” (Lc. 24, 11; cf. Mc. 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua “les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado” (Mc. 16, 14).
Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc. 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc. 24, 39). “No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados” (Lc. 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn. 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, “algunos sin embargo dudaron” (Mt. 28, 17). Por esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un “producto” de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació -bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.
El estado de la humanidad resucitada de Cristo
Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cf. Lc. 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf. Lc. 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es un espíritu (cf. Lc. 24, 39), pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf. Lc. 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt. 28, 9. 16-17; Lc. 24, 15. 36; Jn. 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf. Jn. 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o “bajo otra figura” (Mc. 16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn. 20, 14. 16; 21, 4. 7).
La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naím, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena “ordinaria”. En cierto momento, volverán a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que san Pablo puede decir de Cristo que es “el hombre celestial” (cf. 1 Cor. 15, 35-50).
La Resurrección como acontecimiento transcendente
¡Qué noche tan dichosa -canta el Exultet de Pascua-, sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!”. En efecto, nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo (cf. Jn. 14, 22) sino a sus discípulos, “a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo” (Hech. 13, 31).
La Resurrección obra de la Santísima Trinidad
La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres Personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que “ha resucitado” (Hech. 2, 24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad -con su cuerpo- en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente “Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos” (Rom. 1, 3-4). San Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios (cf. Rom. 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp. 3, 10; Ef. 1, 19-22; Hb. 7, 16) por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.
En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del término) (cf. Mc. 8, 31; 9, 9-31; 10, 34). Por otra parte, él afirma explícitamente: “Doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo” (Jn. 10, 17-18). “Creemos que Jesús murió y resucitó” (1 Tes. 4, 14).
Sentido y alcance salvífico de la Resurrección
Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también su fe”(1 Cor. 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido.
La Resurrección de Cristo es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento (cf. Lc. 24, 26-27. 44-48) y del mismo Jesús durante su vida terrenal (cf. Mt. 28, 6; Mc. 16, 7; Lc. 24, 6-7). La expresión “según las Escrituras” (cf. 1 Cor. 15, 3-4 y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano. DS 150) indica que la Resurrección de Cristo cumplió estas predicciones.
La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su Resurrección. Él había dicho: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy” (Jn. 8, 28). La Resurrección del Crucificado demostró que verdaderamente, él era “Yo Soy”, el Hijo de Dios y Dios mismo. San Pablo pudo decir a los judíos: «La promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros al resucitar a Jesús, como está escrito en el salmo primero: “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy”» (Hech. 13, 32-33; cf. Sal. 2, 7). La Resurrección de Cristo está estrechamente unida al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: es su plenitud según el designio eterno de Dios.
Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (cf. Rm. 4, 25) “a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos […] así también nosotros vivamos una nueva vida” (Rm. 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia (cf. Ef. 2, 4-5; 1 Pe. 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: “Id, avisad a mis hermanos” (Mt. 28, 10; Jn. 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.
Por último, la Resurrección de Cristo -y el propio Cristo resucitado- es principio y fuente de nuestra resurrección futura: “Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo” (1 Cor. 15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En Él los cristianos “saborean los prodigios del mundo futuro” (Hb. 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col. 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5, 15).
Resumen
La fe en la Resurrección tiene por objeto un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado, y misteriosamente trascendente en cuanto entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios.
El sepulcro vacío y las vendas en el suelo significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha escapado por el poder de Dios de las ataduras de la muerte y de la corrupción . Preparan a los discípulos para su encuentro con el Resucitado.
Cristo, “el primogénito de entre los muertos” (Col. 1, 18), es el principio de nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la justificación de nuestra alma (cf. Rm. 6, 4), más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo (cf. Rm. 8, 11).
Celebramos en la Parroquia que Cristo ha resucitado con la Misa del Sábado Santo por la noche a las 20.00 Hrs Misa de la Vigilia Pascual. El Domingo de resurrección tenemos Misas a las 10.30 hrs, alas 12.00 hrs., a las 13.30 hrs., a las 18.00 hrs y a las 19.00 hrs.