Homilía del Domingo 14 del Tiempo Ordinario
Nadie es profeta en su tierra
Descubrir a Dios en lo Ordinario
Queridos hermanos y hermanas: Por lo general, los hombres buscamos a Dios en lo espectacular y extraordinario. Nos parece poco digno encontrarlo en lo sencillo y habitual, lo normal y no vistoso.
Tanto el profeta Ezequiel como Jesús son rechazados al realizar su misión con los israelitas o con los de su propio pueblo.
En la primera lectura, se nos narra la misión que Dios confía al profeta Ezequiel: Yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde, que se ha sublevado contra mí. Sus hijos son testarudos y obstinados. A ellos te envío para que les comuniques mis palabras.
El profeta Ezequiel cumplió con su misión profética en unas condiciones difíciles, tal como lo habían vivido los profetas que lo precedieron y los que vendrían después de él.
Por su parte, el evangelista San Marcos nos describe la fría recepción que encontró Jesús cuando regresó a su tierra por parte de aquellos que lo habían conocido desde la infancia y tenían serios interrogantes sobre su misión; ellos comentaban: ¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María? Ante el escepticismo de los suyos, Jesús les dice: Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa.
Como podemos percibir, Jesús es rechazado por los suyos, los que lo conocen desde niño. Jesús fue rechazado precisamente en su propio pueblo, entre aquellos que creían conocerlo mejor que nadie. Jesús puede ser rechazado precisamente por quienes creemos conocerlo mejor.
Miren, esta incapacidad para ver más allá de las simples apariencias también la sufrimos en el entorno familiar, pues nos es muy difícil reconocer las cualidades y los éxitos de las personas que viven junto a nosotros. No nos sorprendemos ante sus actuaciones positivas. La excesiva cercanía nos impide valorarlos integralmente. Eso mismo le sucedió a Jesús; sus vecinos fueron incapaces de reconocer en Él al Mesías de Israel.
Según los relatos evangélicos, la verdadera dificultad para acoger al Hijo de Dios, no ha sido su grandeza extraordinaria o su poder aplastante, sino precisamente el encontrarse con un carpintero, hijo de María, miembro de una familia insignificante.
Por ello, Rinaldo Fabris, presbítero, biblista y teólogo italiano ha dicho que la raíz de la incredulidad es precisamente esta incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano. Muchas veces, no sabemos reconocer a Dios en lo ordinario de la vida.
La encarnación de Dios en un carpintero de Nazaret, un hombre ordinario, nos asombra y nos hace vivir incrédulos, hemos de descubrir que Dios no es un exhibicionista que se ofrece en espectáculo, no es como diría Friedrich Nietzsche, filósofo alemán, nacionalizado suizo: Dios es el ser todopoderoso que se impone y ante el que es conveniente adoptar una postura de legítima defensa.
El Dios encarnado en Jesús es el Dios discreto que no humilla. El Dios humilde y cercano que, desde el misterio mismo de la vida ordinaria y sencilla, nos invita al diálogo. Como escribía Dietrich Bonhoeffer, líder religioso alemán: Dios está en el centro de nuestra vida.
A Dios lo podemos descubrir en las experiencias más normales de nuestra vida cotidiana. En el trabajo de cada día, en nuestras tristezas inexplicables, en la felicidad insaciable, en nuestro amor frágil, en las añoranzas y anhelos, en la vida diaria, en las preguntas más hondas, en nuestro pecado más secreto, porque Él tiene misericordia de nosotros, en nuestras decisiones, en la búsqueda sincera.
Cuando un hombre o una mujer profundizan con lealtad en su propia experiencia humana, les es difícil evitar la pregunta por el misterio último de la vida al que los creyentes llamamos Dios.
Lo que necesitamos es unos ojos más limpios y sencillos y menos preocupados por tener cosas y acaparar personas. Una atención más honda y despierta hacia el misterio de la vida, que no consiste sólo en tener espíritu observador sino en saber acoger con simpatía los innumerables mensajes y llamadas que la misma vida irradia.
Dios no está lejos de los que lo buscan. Lo que necesitamos es liberarnos de la superficialidad, de las mil distracciones que nos dispersan y de esa actividad nerviosa que, con frecuencia, nos impide tomar conciencia de lo que es la vida y nos cierra el camino hacia Dios.
La vida de un cristiano comienza a cambiar de manera insospechada el día en que descubre que Jesús es alguien que le puede enseñar a vivir.
Termino esta reflexión dominical invitándolos a acoger la presencia de Dios en lo ordinario y a dejar que Él actúe en nuestra vida. Así sea.